domingo, 26 de octubre de 2008

Dríades y Hamadríades, hijas de la Diosa

En el mágico claustro románico del templo de San Pedro de la Rúa, en Estella (Navarra), existe un anciano ejemplar de la familia de los pinos, este curioso árbol, que nos mira vigilante, es un ser benéfico dispuesto a compartir su energía con aquellos que lo abracen llenos de buenas intenciones. Pero, hay de aquellos que alberguen intenciones negativas, no se marcharán sin castigo...
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En la Antigua Religión, existe la creencia en unos espíritus femeninos de los árboles. Estas bellas ninfas, hijas de la Madre Tierra, son de dos clases: las Dríades, que vagan libremente de un árbol a otro, aunque prefieren los robles, y las Hamadríades, asociadas a un árbol concreto. Se dice que su piel y cabellos cambian de color con las estaciones, para adaptarse al color de los bosques. Hablan el lenguaje de las plantas y saben comunicarse con todos los seres de la naturaleza. Su melodioso canto, puede oírse en el susurro de las hojas agitadas por la brisa. Se dice que druidas y druidesas podían comunicarse con estas ninfas, porque sus pociones a base de muérdago ponían sus espíritus en comunicación con los de los árboles.
Tales ninfas están ligadas al árbol en cuyo interior habitan, y viven tanto como él. Pueden influir en su crecimiento vegetativo, haciendo que brote o florezca antes de tiempo, o retrasando la caída de sus hojas y su hibernación invernal. Tienen poder para protegerlo contra quienes pretendan dañarlo, mediante hechizos, pero mueren si el árbol muere. De ahí que, antiguamente, los leñadores realizasen ofrendas a los árboles antes de emprender su labor. Porque la maldición de estas ninfas, aunque tarde, acaba alcanzando a quienes les causen daño.
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Salud y fraternidad.

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